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Los sofistas y Sócrates
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Después de las Guerras Médicas, que enfrentaron a las ciudades y colonias griegas con los medos y los persas,
hacia el Siglo V a.Xto. varias de esas ciudades adoptaron el sistema político de la polis, el de la democracia,
que significaba reconocer a todos los ciudadanos libres, no ya la posibilidad, sino hasta la obligación de participar en el gobierno.
Ese sistema, unido a la prosperidad que en general alcanzaron varias ciudades, produjo un verdadero auge de la actividad
de los preceptores, ambulantes de ciudad en ciudad, que ofrecían la enseñanza apropiada para el ejercicio de las actividades
de la ciudadanía y de los cargos del gobierno, especialmente la retórica, el derecho y la política,
a aquellos ciudadanos que estaban en condiciones de pagar a esos preceptores los importantes honorarios que cobraban por sus enseñanzas.
Especialmente Atenas, triunfadora principal de las Guerras Médicas, se convirtió en el centro económico, político e intelectual
de toda Grecia antigua. Allí floreció especialmente la sofística (denominación derivada del nombre de los preceptores o sophós, sabios)
doctrina filosófica que, abandonando el estudio de la Physis, se orientó fundamentalmente a los temas del hombre, la organización social,
las leyes, y las costumbres.
El movimiento de la sofística se difundió por toda Grecia, abarcando practicamente a todas sus sociedades.
Su orientación general estaba pautada por un gran escepticismo, una inclinación general a someter todos los temas
a la discusión retórica, y sosteniendo, en definitiva, que no había ninguna verdad auténtica, sino que la verdad dependía
del poder de persuación con que fuera expresada y la utilidad que tuviera.
Lo más caraterístico de los sofistas era el uso del método dialéctico, mediante el cual se pronunciaban extensas
argumentaciones que, más que a la búsqueda de la verdad, tenían por finalidad evidenciar las incoherencias de la
argumentación del adversario. El máximo grado de habilidad del sofista, consistía en convencer a su auditorio de algo,
para de inmediato demostrar lo contrario.
Los sofistas cultivaban y enseñaban como un componente fundamental de la educación, la retórica, como arte de convencer
mediante la palabra. También daban gran importancia a la eurística o arte de polemizar; llegando en su ejercicio a extremos
que llevaban a realizar extensas discusiones sobre asuntos totalmente absurdos, sin el menor objetivo de alcanzar una
conclusión acerca de nada.
Una de las actitudes más características de los sofistas, estuvo referida a su concepción de la normativa social.
Considerando que ni la moral ni las leyes respondían a la naturaleza, sino que eran solamente nomos, es decir
resultados de las convenciones humanas; por lo cual los hombres podrían establecer un orden social y moral totalmente distinto,
sin que con ello lesionaran el orden natural.
Con ello, sentaron las bases de la discrepancia entre las concepciones del llamado jusnaturalismo que considera
que hay reglas jurídicas y morales inherentes a la naturaleaza; y el llamado positivismo jurídico,
que solamente considera que las reglas están vigentes por imposición humana.
En sentido estricto, y debido tanto a su probable gran número como a su método de actuación, no puede decirse que las
doctrinas de los sofistas sean conocidas por la posteridad en forma directa, a través de sus expresiones escritas.
En realidad, se les conoce principalmente a través de las transcripciones de sus supuestos diálogos,
principalmente las contenidas en las obras de Platón. Entre ellos pueden mencionarse a Hipias, Protágoras,
Euridemo, Pródico, Gorgias, Antifonte, Licofón, Trasímaco, Critias y Calicles.
En realidad el movimiento sofístico puede subdividirse entre el de la primera generación, fundamentalmente integrado por Hipias y Protágoras;
y la segunda generación cuyos principales representantes fueron Antifonte, Trasímaco, Critias y Calicles.
Todo indica que en realidad, la inclinación al pesimismo y al irracionalismo fue principalmente una característica de los
últimos sofistas; ya que los primeros predicaban una doctrina conforme a la cual la posesión de mejores conocimientos
permitiría cumplir mejor los deberes del ciudadano.
Si bien los sofistas principales, al menos aquellos cuyos discursos fue recogidos ulteriormente por Sócrates y Platón,
actuaron en la Atenas de la segunda mitad del Siglo V a.Xto., en realidad eran casi todos extranjeros, por lo cual
carecían de derechos políticos en la ciudad.
Sin embargo, se hacían notar publicamente, porque varios de ellos ejercían funciones diplomáticas como embajadores
de sus ciudades de origen, lo que les confería el derecho de hablar en la Asamblea y les facilitaba
el trato con todos los hombres prominentes.
En este sentido, es preciso tener presente que los sofistas actuaron en la época de oro de Atenas,
y que fueron contemporáneos y frecuentaron el trato de hombres como Pericles, Herodoto, Tucídides,
Sófocles, Eurípides, de Fidias, de Anaxágoras y de Zenón.
Los sofistas recibieron juicios altamente negativos, por parte de Sócrates y de Platón,
que los despreciaron principalmente por atribuirles un desmedido afán de lucro.
Sin embargo, no puede perderse de vista que si obtenían éxito en su medio,
de alguna forma quienes aceptaban pagar por sus servicios habrían de encontrarlos válidos para sus fines.
Al parecer, en su medio y época tuvieron su prestigio, hasta tal punto que
se dice que cuando la ciudad de Atenas resolvió fundar una colonia en la península italiana,
en Turos, encargó a Protágoras que redactara su Constitución.
Protágoras de Abdera
Protágoras, que posiblemente vivió entre los años 480 y 411 a.Xto., pasó a la posteridad por la frase que se
le adjudica y que condensaría la doctrina sofística, de que El hombre es la medida de todas las cosas,
de las que son en tanto que son, y de las que no son, en tanto que no son"
que sienta lo que se conoce como la tesis de la homomensura.
Para Protágoras, se dice, ninguna cosa tiene entidad propia, y es por ello que solamente adquieren las
que el hombre les otorga. Pone el ejemplo de la enfermedad, que puede ser mala para el enfermo,
pero que es buena para el médico que la atiende.
A pesar de que en general los sofistas no dejaron exposiciones escritas, se sabe que Protágoras escribió una
obra titulada Sobre los Dioses, en la cual sustentaba una posición agnóstica que seguramente no era aceptable en su época;
otro llamado Discursos enfrentados o Antiologías, y un tercero denominado Acerca de la Verdad.
De esas obras han perdurado algunas afirmaciones, tales como la de que acerca de cualquier asunto hay dos posiciones que
se oponen entre sí; y la de que debe perseguirse como objetivo transformar el discurso más fuerte en el más débil.
En definitiva, Protágoras postularía una teoría del conocimiento de índole relativista, conforme a la cual el hombre no
cuenta con elementos objetivos que le permitan evaluar correctamente los datos de sus percepciones.
De ahí que no existan medios para tener seguridad de que lo que conocemos existe tal como lo conocemos,
que siempre exista la posibilidad de que los hombres discrepen en torno a toda clase de asuntos,
o de que en realidad tampoco puedan llegar a alcanzar certeza en asuntos religiosos,
en cuanto a la propia existencia de los dioses.
En su diálogo Protágoras, Platón relata un mito en el cual éste trata de explicar el origen del mundo,
y el dominio de las artes y la técnica por parte de los hombres.
Dos hermanos, Epimeteo y Prometeo recibieron de los dioses la encomienda de darles a todos los seres las
cualidades adecuadas para sobrevivir; pero Epimeteo utiliza todas las cualidades disponibles antes de
llegar a ocuparse de los hombres, por lo cual Prometeo, para proteger a los humanos,
roba la sabiduría a la diosa Atenea y el fuego al dios Hefestos. Es un relato conocido, pero
al cual agrega Protágoras que, a pesar de tener esos atributos, los hombres eran incapaces de subsistir,
porque no disponían de la sabiduría política; de modo que Zeus envió a Hermes a dar a los hombres el aidós,
algo así como el concepto del deber de respetar las leyes de la polis.
En consecuencia, para Protágoras lo que separa al hombre de los animales no es solamente el lenguaje
y el dominio de la técnica, sino la capacidad de convivir políticamente.
Las interpretaciones más modernas, sobre todo atendiendo a la valoración de las reglas relativas a la convivencia política,
que de todos modos ha sido una de las vertientes importantes de la filosofía en sus orígenes y tal vez lo es todavía más en la actualidad,
la concepción de Protágoras, y de la sofística en general, se señala como una forma de resaltar que,
en la dinámica de la democracia, debe cultivarse la capacidad de persuadir;
a partir del concepto de que si bien no puede afirmarse que la mayoría tenga razón meramente por serlo,
de todos modos el mejor curso de acción posible para la sociedad sea aquel que cuenta con el respaldo de la mayoría.
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